Número 56: octubre a diciembre de 2022

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Revista CEMCI - Número 56

Ocio: Sierra Nevada

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Sierra Nevada

Total, que la navidad ya pasó. Las comidas copiosas se aventuran ahora un infausto recuerdo, así como las ganas de retozar con la familia durante varios días ha dejado ya paso a la sobriedad, hasta nueva orden, que para esos somos sureños. Parece que hace tanto, que hasta los regalos son ya sólo una brizna del pasado, solo perenne al mirar el cajón y encontrar calcetines y calzoncillos nuevos. Y así, empieza enero. Ahora ya sí. Se despereza la rutina, la cuesta del primer mes -que suele durar un par más-, o el Dry January, que suena internacional, pero que llanamente es maldecirse por haberse excedido. Y sí, enero vuelve, y el año se engalana fervoroso ante la incertidumbre de lo que vendrá. Y sí, vuelve, igual que lo hizo el turrón y se fue, y del mismo modo que llegará la primavera a esas grandes galerías y terminará por ser asolada por la campaña de verano. Alta entropía anidada de la porción justa de martilleante repetición.

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Reinicia el año y parece que ya sí, llega el frío y Granada lidera durante varios días el pelotón del pasmo: 5 bajo cero y cayendo. Aunque hayamos creído que no, el frío, como ese amigo tardón, siempre hace acto de presencia. Y siempre con sus mejores galas, traicionero y volátil, con la saña y alevosía suficiente para dejarnos siempre en fuera de juego. Salir en esta época es como aparcar en doble fila. Sabes que no está bien, que solo es para comprar el pan o recoger al niño del colegio, cinco minutos, de verdad. Es ahí, en ese infausto interludio de duda, cuando crees que puedes embocar a gol cuando te cogen. Con las manos en la masa. Con la parka de entretiempo, tú que tienes 5 chaquetones y varias rebecas de lana. Tú que lo sabes y te la juegas. Es ahí en ese instante, en ese de desvarío climatológico en cualquier plaza al sol de café breve, cuando pasas del rayo de luz a la infausta tiritera que asola la tarde.

Por suerte, no nos quedamos solo ahí. Ojalá. Por ejemplo, con la nieve nos ocurre igual. Nos pasa que cuando el termómetro desciende en galopado nos apresuramos a arquearnos y mirar al cielo. Somos de esa especie que se embelesa con un poco de manto blanco cubriendo las aceras esperando hundirnos en su crujido, aunque no reparemos en lo poco que estamos preparados para ello. Ni urbanística, ni social, ni siquiera de vestimenta andamos equipados adecuadamente. O sea, a estas alturas es evidente, como escribía Lacan, que amamos más la cacería que la caza, la nieve que la nevada. Cada copo que vemos caer nos supone en el fuero interno un campanilleo como si dócilmente teclearan los Nocturnos de Chopin al compás del gélido manto.

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Pese a la cotidianidad de la estampa, nosotros somos más animales de esos a los que los 35 grados nos parecen una bendición, no por el exceso de calor, sino por la tranquilidad de que podría ser peor -es escribir tal tórrido momento y se viene suspiro amargo-. Es tan anecdótico ese fenómeno de la nieve que no deja de sorprendernos. Estamos tan poco hechos a la cuestión, que en el recuerdo popular se allanó la simple idea de que el epíteto perfecto para una montaña nevada no era más que algo a todas luces evidente: Sierra Nevada. Y allí está, impertérrita, habiendo visto pasar todo tipo de culturas, épocas y sociedades.

Desde que es esquiable parece otra, con bullicio y gente con ganas de deslizarse arriba y abajo. Pero a su pesar, nos sigue generando extrañeza. Es raro que en Andalucía haya un pico así. Es más, suena raro que en España lo haya, aunque solo sea en el común denominador del recuerdo; nuestro país es sol y playa, la nieve se estila poco. Por eso, poca gente acostumbra a sus hijos a esquiar o practicar cualquier otro deporte de nieve. Lo nuestro es más un castillo, un cubo y unas palas, lo del muñeco y las bolas de nieve suena más a otros lares, a película navideña un sábado por la tarde.

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Pese a todo, la sierra despliega con encanto su papel. En plano metafórico, de altar a la Alhambra, y en el físico, de factor único a nuestro enclave: mar y montaña en algo más de una hora. Esa singularidad nos hace distintos, agrega un caldo de cultivo que nos transforma. Es la razón irracional que siempre nos recorre y se contonea por estas letras, la inexplicable razón de ser ambivalentes: A veces te mataría, otras en cambio te quiero comer.

Ignacio J. Serrano Contreras

Revista CEMCI

La Revista CEMCI es una publicación trimestral del Centro de Estudios Municipales y de Cooperación Internacional, Agencia Pública Administrativa Local de la Diputación de Granada.

Revista CEMCI - Número 56

ISSN 1989-2470

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