Número 51: julio a septiembre de 2021

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Revista CEMCI - Número 51

Ocio: Graná, al llegar el otoño, huye por la verea’ de en ‘medio

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Graná, al llegar el otoño, huye por la verea’ de en ‘medio

Cogí la taza y apuré el café de un sorbo. Después, antes de abandonar la mesa, agarré el vaso de agua con gas, me enjuagué el gaznate y me marché. Sin mirar atrás, al estilo de esos héroes de las películas que escapan de una explosión como si, llanamente, estuvieran cerrando la puerta al salir de casa. Ella se quedó impertérrita, presa de un hieratismo solemne. O al menos eso creo, porque no regresé la mirada. Tal vez no, puede que continuara dándole vueltas a lo que le dije o mirando el reloj para irse a otra parte o puede que, quién sabe ya, siguiera en su debe, repensando por qué me gustaba el agua con gas. O sea, harina de otro costal. Aunque algo si queda claro, en este país no sabemos despedirnos. No sabemos decir adiós, porque al hacerlo, en nuestro fuero particular, es una pequeña muerte. Una página que cierras y que, pese a ello, siempre te persigue con la incertidumbre de si volverá a abrirse, y eso, quieras que no, abruma, carcome. Por eso preferimos el hasta luego o, simplemente, alzar la mano mientras nos difuminamos en la muchedumbre. Asumiendo que, bueno, puede suceder si se quiere, pero no tiene porqué ocurrir. Es la seguridad de aquel que sabe que no va a perder nada si vuelve.

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Después de todos aquellos dimes y diretes, deambulé por la ciudad. No sabría decir por cuánto tiempo, pero sí el suficiente como para reparar en cómo los tonos borgoñas de otoño se iban apoderando del encapotado celeste. Me percataba también, en cómo, en aquellos días de septiembre, los veranos eran cada vez más largos y en cómo, tal vez la edad, se empiezan a dejar de lado los propósitos, al tiempo que todo lo anega la nostalgia. De ahí que pululara sin rumbo aparente. Y digo aparente porque hasta el más perdido de los náufragos sabe que levantando la cabeza podría encontrar un atisbo mediante el que dar con el sur; hallar su Mediterráneo. Recuerdo tomar varias calles entre la Catedral y Gran Vía, zigzagueando en busca de no sé qué, que qué se yo. Simplemente dejaba a mí suerte de viandante desnortado guiarse por un ruido o un rayo de luz avezado y furtivo escapado de entre las cornisas de los edificios, apontocado este entre la estrechez de las calles de una Granada antaña. Cuando la tarde alumbraba su fin, las farolas prendieron. Se formaron en el horizonte unos mantos ocres que no recordaba. Al llegar al final del Paseo de los Tristes y encarar la Cuesta del Chapiz ante mí había una inmensidad cromática que se extendía desde los azules apagados del cielo y las primeras hojas de los árboles en el suelo, hasta llegar a la infinidad de juegos luminiscentes que entre el último sol y las bombillas se mezclaban con la sobrada capacidad de encapsular un instante único.

A mitad de la cuesta mis ojos se imantaron a dos chicos que iban delante de mí. Caminaban acompasados, como fervientes seguidores de un algo que los maniataba. Así que, pasto de aquel influjo, los hice presos de mi historia. Por lo que, sin ser, a ellos amarré ahora mí destino. De este modo, cada gesto de ellos parecía orquestado para elucubrar un y sí que debiera de ser contado. Les dejé que avanzaran un poco más, para mientras, yo, en la lejanía de mi miopía, caminaba sobre sus pasos. Sin molestar, sin obstaculizar, sin ser participe, solo vouyer. Entiéndaseme. Acabada la cuesta, justo en frente de plaza Aliatar se detuvieron. Yo, por lo pronto, hice lo propio metros atrás. Ella levantó el brazo e indicó una dirección. Él pensó, sonrió y musitó alguna palabra, puede que un vale. El otrora paseo agarrados de la mano se transformó en ella ahuecada bajo el hombro de él. De esta suerte encararon firmes el rumbo. Flanquearon la plaza por uno de los costados, girando a la derecha al ritmo que ella marcaba. Observaba como la noche les caía, mientras el derrotero les era guiado por una constelación de farolas que entre el silencio y la nocturnidad les indicaban donde pisar. En el ondulante tránsito de requiebro de estrechas calles ellos se me iban alejando. No obstante, sentía cómo las palabras escapaban de la boca de ella. Le contaba los entresijos, las singularidades y recuerdos de lo que parecía una vida allí vivida -valga la redundancia y la salvedad de que no existe otra forma de vivir; viviendo-.

Después de un breve callejeo ya supe donde se dirigían. Así que los dejé a su amor. La noche ya había caído, y una leve brisa empezaba revolotear, por lo que me senté en la Fuente de la Amapola a pergeñar y elucubrar en cómo, entre las dudas inocentes, La Alhambra y el Generalife acechaba algún quizás. Quizás se besaron, quizás solo se miraron, quizás se quedaron de pie o quizás, quién sabe, pasaron de largo. Entre tanto, y con aquella historia bajo el brazo, yo, humilde escribano, solo podía volver sobre lo andado. Al punto exacto en dónde lo había dejado.

Ocio

Cuánto me gustaría ser la fuente de mi barrio
pa' cuando pases y bebas,
sentir muy cerca
tus labios

Ignacio J. Serrano Contreras

Revista CEMCI

La Revista CEMCI es una publicación trimestral del Centro de Estudios Municipales y de Cooperación Internacional, Agencia Pública Administrativa Local de la Diputación de Granada.

Revista CEMCI - Número 51

ISSN 1989-2470

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