Cerámica de Fajalauza
Base en blanco y tonos livianos que van, principalmente, de las tonalidades grises pasando por el tenue verdoso al azulado, recorriendo cada extremo y ancho de la pieza. Tallas de corte costumbrista, formadas por figuras geométricas, animales, ornamentaciones y líneas cóncavas y convexas que se entrecruzan dando lugar a formas simples, aunque bellas. Desde la breve explicación de esta idea nace la cerámica de Granada o, como se conoce en la actualidad, cerámica de Fajalauza (bab Fayy al-Lawza, traducido del árabe como collado de los almendros). Este popular barro vidriado estannífero, en el que se ocultan determinadas técnicas moriscas, esconde en su seno una historia tan larga y genuina que, durante sus más de cinco siglos de historia ha conseguido conquistar primero, como cerámica popular, las casas de toda España, para después, como tendencia, terminar por imponerse en múltiples, variopintos y recónditos recodos del globo.
La tradición alfarera, que tiene desde su origen al Albaicín como centro neurálgico, se remonta, según varias fuentes datan, en torno al año 1517. Su nombre es tomado de uno de los accesos que la muralla del Albaicín tenía y por el cual, según está versado, Boabdil ‘el chico’ entró en 1486 para arrebatar el trono a su tío Zagal. Pese al cariz historiográfico y las huellas que nos hacen transitar a siglos muy lejanos ya hoy, lo cierto es que la tecnología, el paso del tiempo y la cultura han modificado en gran parte esta tradición. El primer gran salto se debe al cambio de dinastía. Cuando Castilla toma Granada, la cultura de la ciudad comienza a modificarse y con ella los estilos de vida y las costumbres. Esto da paso a una mezcolanza de civilizaciones que inicia lo que se conoce hoy como ciudad de las tres culturas: cristiana, árabe y judía. Proceso que, con el paso del tiempo, ha afectado también a la cerámica de Fajalauza. Así, en torno a los siglos XVII y XIX, se constituyen algunos de los cánones de lo que se entiende por este estilo tan genuino y característico de nuestra zona.
Expone Garzón Cardenete que el proceso se inicia con la selección de los materiales, entre los que destaca el barro, compuesto por arcillas de dos tipos, una de masa floja y quebradiza y otra más robusta, obtenidas de distintos parajes, unos cercanos al Fargue, mientras que otros se recaban de inmediaciones del río Beiro. Sin embargo, el origen de los tonos azules procedía de lo destilado por el mineral de cobalto, procedente, principalmente de la vecina Almería. Así, una vez el barro es preparado, este pasa por las fases típicas de torneado, secado, composición de formas, así como a su posterior serigrafiado de estilos y dibujos.
Sin embargo, a pesar de que es un producto de calidad, y que se ha alcanzado muchas escenas desde lo decó a lo kitsch, lo cierto es que el papel crucial que agrega su labor manual, así como la llegada de productos que competían en precio o la evolución de los oficios, han transformado por completo la capacidad para que este producto pueda mantenerse de forma estable comercialmente como hasta hace varias décadas. Hoy en día solo quedan su fábrica más famosa ubicada cerca de la antigua carretera de Murcia, así como algunos que otros alfareros y artesanos que siguen cultivando este arte y estilo. Pese a ello, su importancia como símbolo aún sigue pesando mucho y, de un modo u otro, todo el mundo tiene en casa algún producto de Fajalauza entre su ajuar de cosas que siempre se han de salvar.
La Revista CEMCI es una publicación trimestral del Centro de Estudios Municipales y de Cooperación Internacional, Agencia Pública Administrativa Local de la Diputación de Granada.
Revista CEMCI - Número 50
ISSN 1989-2470
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