Dar un rodeo
Granada tiene muchos enclaves para visitar -muchos de ellos ya han sido aquí nombrados-, ya que, por su majestuosidad, qué patrio no conoce, y hasta qué foráneo no alza sus loas por algunos de estos nexos entre lo terrenal y lo onírico. Otros espacios, sin embargo, no corren tanta suerte. Ciertamente, todos no pueden tener el mismo encanto y singularidad, pero no por ello se deben de olvidar, porque por mundanos no dejan de estar presentes, tampoco de ser útiles.
Camino de Ronda quizás sea uno de esos puntos dejados al olvido. En sí, el distrito, es solo una arteria más que da sentido a nuestro enclave. Bifurca la circulación, permitiéndonos entrar y salir, consiguiendo que no sea una tarea complicada. Aunque aquella zona tiene un poco más de nostalgia para todo aquel que llega nuevo a la ciudad desbocado y sin frenos. Y es que la nostalgia se fragua con el tiempo, con las experiencias y con los acervos comunes. Y eso, a quién lea como antiguo estudiante de fuera de la urbe, lo entenderá.
El barrio se torna en muralla de ciudadela. A sus pies se desperdigan los jóvenes que, desconcertados, buscan zonas cercanas a las facultades que allí se asientan o, como no, sin engaños, lugares en los que entrar en la edad adulta, por ser un poco considerados. Para muchos, Camino de Ronda, Pedro Antonio, Gonzalo Gallas o calles aledañas, son el recuerdo de una noche de verano, una tarde de finales de septiembre, o un pavoroso día de invierno en el que, impertérrito, vagabas por la ciudad sin saber muy bien hacia dónde dirigirte. Ibas preso, invadido por el fulgor de la gente y la sorpresa de encontrar un nuevo recodo en el que seguir madurando. Son los tiempos en los que buscas lo simple, lo fácil, lo rápido, en un enjambre de abejas en el que todos, alguna vez, hemos serigrafiado nuestra huella.
Y es que uno, no empieza entender el sino de un lugar hasta que no habla con la misma propiedad que sus habitantes. Eso ocurre, en este caso, cuando aquella zona se convierte en La Redonda. Se argumenta, con sentido, que su razón de ser se debe al rodeo, ese que se da para volver a empezar, para volver a entrar. Esa zona vigía que has de tener presente si, en un momento dado, has de regresar sobre tus propios pasos.
Con esa idea de organización se construyó el actual distrito. En torno a los años 70 del siglo pasado, se dio forma a la estructura y diseño de la actual zona. Eran edificios con una cartografía común y, siendo francos, con una pretensión más cercana al utilitarismo y la repetición que a la estética. Su carril central está compuesto por esa infinita calle de algo más de 4 kilómetros que, si no me fallan los cálculos, es la más larga de la ciudad. Dentro del barrio también está agazapada la antigua casa de veraneo de la familia Lorca, pero esa daría para otro buen puñado de letras. La evolución de la zona volvió a sufrir uno de los mayores cambios con la construcción del tranvía y, durante un tiempo, pasar por allí era como la escenificación de una obra fastuosa que nunca parecía llegar a su fin.
Como desgranaba, la zona no es una oda a la arquitectura, tampoco al desarrollo ejemplar y majestuoso de una ciudad, pero lo bueno, lo coloquial de todo este entramado, es la cantidad de personas, y jóvenes en particular, que han tenido, tienen y tendrán, a aquel reducto de la ciudad como la primera expresión de su salida de la adolescencia. Quizás, como se ve, solo es un simple trozo más, pero si uno empieza a echar la vista atrás, lo mismo han pasado muchas más horas allí que contemplando la Alhambra. Eso no es ni bueno ni malo, eso es la vida, que pasa, y tú, sin quererlo, no te has dado cuenta, aunque si lo que quieres es volver a encontrarte, solo tienes que dar un rodeo.
Ignacio Jesús Serrano Contreras
La Revista CEMCI es una publicación trimestral del Centro de Estudios Municipales y de Cooperación Internacional, Agencia Pública Administrativa Local de la Diputación de Granada.
Revista CEMCI - Número 44
ISSN 1989-2470
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