Al calor del éxtasis místico
Ya cae la canícula, arrecian las alternancias temporales y se instalan durante los próximos meses las altas temperaturas y los días soleados. Tendremos tiempo, quién pudiere, de disfrutar de la libertad vacacional, de matar los días con gestos inocuos, y entre tanto, también de esparcimiento; visitar los pueblos, ir a la playa, tomar platos y productos de temporada, dejarse caer por alguna verbena, tostarse al sol… Ya saben, eso que sucede para eludir un septiembre y otro, y que nos hemos empeñado en llamar vulgarmente como la vida.
No es casual refrendar esa situación clara de que, en verano hace sol y que, al ser los días más largos, hay más tiempo libre y uno no sabe ya cómo matarlo. Quizás los largos paseos ayudan para amilanar este calvario. Recorre uno a pie lugares que durante el resto del año no frecuenta o no repara en ellos. Me ocurrió a mí, el abajo firmante, que paseando, una vez más, por esa vía que divide Avenida de la Constitución, me fui deteniendo en todas y cada una de las efigies allí expuestas. Desde toreros a cantaoras, pasando por el venerado Federico, terminé por apontocarme ante la estatua que implora con su postura un advenimiento.
La estatua concretamente es la de un santo, San Juan de la Cruz. Es una figura, la de la persona y el personaje, un poco extraña, al menos entre el acervo común o entre la cultura más popular. Como bien sabemos, los Lorca, los Falla o hasta los Fray Leopoldo, tienen un mayor hueco entre las loas de todos aquellos que tienen a Granada entre sus letras y recuerdos. San Juan de la Cruz, que está a medio camino de los tres, parece un poco escorado. Si bien su tiempo efímero por las inmediaciones de la ciudad no le confirieron, quizás, la enjundia que un emblema de su talla merecía. Aún así, allí arriba, en el actual Carmen de los Mártires, se recoge un azulejo en su memoria que dice así:
De 1582 a 1588. Siendo prior del convento de los Mártires de Carmelitas Descalzas (Demolido en 1850) El místico doctor de la Iglesia y protector de los atribulados: San Juan de la Cruz, escribió sus admirables tratados: Subida del Monte Carmelo, Noche oscura del alma, Cántico espiritual y Llama de amor viva.
La concepción del místico nacido en Ávila en 1542, está a medio camino del poeta y del santo. A un santo, español, importante mención, que le incomoda el alma, de ahí la escapada perpetua, de ahí que la santidad no busque el palio sino la aniquilación. Y es que así es como lo desencripta Ignacio B. Anzoátegui, quien hilvana a San Juan como el elemento paradigmático del personaje de huida hacia delante, siempre en busca del desasosiego, en busca de la aventura, en busca del trascendental viaje, en busca del cielo…
Esas turbulentas contradicciones que se entremezclan y entrecruzan, concatenan en Juan Yépes y Álvarez (nombre de pila de nuestro versado autor) una entropía que le llevan a los extremos de la fe y la razón, confeccionando con majestuoso verbo y expresión, los más finos poemas de nuestra lengua. El abulense termina sus días expulsado de sus cargos eclesiales y condenado, como un Moisés de su época, a vagar enfermo durante un año, donde finalmente termina muriendo en Úbeda a finales de 1591, treinta años antes de que su obra empezara a cobrar la magnitud que autores posteriores como Rubén Darío, Juan Ramón Jiménez o T.S. Eliot le adjudican, situándole entre los púlpitos de las letras españolas.
Este humilde escribano, que entre calores escribe, no quisiera despedirse sin felicitar el verano, y dejar unas letras que nos desempolvan del olvido y para el común de los mortales, una de las últimas piezas, con sobrada influencia, donde este místico ha serigrafiado su impronta:
Mientras iba de tu mano hacia la montaña
Unos días eran fuego y otros eran llamas
Dentro del espejo donde no me reflejaba
La promesa a que en la cima nos aguardaba
Pero una vez ahí, las nubes no nos dejaban ver el suelo
Y una sensación que tuve fue miedo
El camino de bajada era más estrecho
Se podría decir una bajada a los infiernos
Te pedí que me guiaras cuando estaba ciego
La montaña fue quien respondió con eco
Un eco que reproducía exactamente mis lamentos
Los sueños que una vez tenía y ya no tengo
Un camino de torturas y de sufrimiento
Que me ha traído donde ahora sigo muerto
Rezando para que alguien me levante del suelo
Donde estoy abandonado
Así que te pedí lo menos y no quisiste darme nada
Y ahora que ya no te quiero, me llamas
(San Juan de la Cruz – Los Planetas)
Ignacio Jesús Serrano Contreras
La Revista CEMCI es una publicación trimestral del Centro de Estudios Municipales y de Cooperación Internacional, Agencia Pública Administrativa Local de la Diputación de Granada.
Revista CEMCI - Número 42
ISSN 1989-2470
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