Número 35: julio a septiembre de 2017

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Revista CEMCI - Número 35

Ocio: La vida es sueño.

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La Vida es Sueño.

Fue a finales del siglo XIX, en concreto allá por 1895 cuando los hermanos Lumière, decidieron patentar un producto que revolucionaría la forma de entender el futuro, y a la postre nuestro mundo y el de las relaciones humanas; el cinematógrafo.

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Llevaban varios intentos fallidos en los que buscaban encapsular fotografías en movimiento con el propósito de darles vida posteriormente. De ese ímpetu, nace lo que hoy conocemos como cine y todos sus sucedáneos; desde la televisión hasta las pequeñas producciones que hoy cualquiera puede realizar con esos artilugios que llevamos imantados a las manos.

Posteriormente comenzaron a brotar genios que buscaban darle un giro al mundo audiovisual, plasmando en blanco sobre negro primero, y en color después, la infinidad de recovecos que el ojo es incapaz de captar, al menos a primera vista, al menos en un mundo real en el que no se esté ataviado por las prendas majestuosas de los empedrados oníricos.

Si bien es cierto que los americanos elevaron a la décima potencia este producto, gracias a su apabullante poder de marketing, los europeos siempre decidieron continuar discurriendo por fronteras un poco menos apetecibles para el gran público. Titubearon siempre con ideas muy bizarras y descocadas, en las que la mente, a través de los ojos, era incapaz de discernir si allí había un mundo tétrico, o solo era una impostura de la imagen.

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Desde la primera gran obra, en la que un cohete realiza un viaje rocambolesco que termina impactando con la luna, se sucedieron una letanía de malabaristas artísticos que amasaban sus productos para atrapar al expectante que tenían al otro lado de la gran pantalla. A los venerados Chaplin, Fritz Lang, Eisetein u Orson Wells, le siguieron y precedieron, una inconmensurable cantidad de virtuosos y géneros, que fueron conformándose con vertientes tan majestuosas y antagónicas como el Neorrealismo, el Cinéma Verité, la Nouvelle Vague, así como una amalgama inmensa e intensa de vericuetos locuaces, que permitieron al movimiento audiovisual, transformarse en el arte más prolífico de nuestra era.

Pero hasta llegar a la Edad de oro de las series, que hoy día vivimos, tuvimos que fraguar mucho, que observar mucho, y que arquear demasiado la boca, para tratar de dar rienda suelta a todos nuestros sentimientos, con una sola mueca bucal, que no atañese una molestia para el paciente compañero de butaca. Ahora que muchos se sorprenden con la narrativa visual de Lynch, que se recrean en revisiones de obras tales como el Perro Andaluz, con ese surrealismo codo con codo entre Buñuel y el genio de Figueras, es hora de preguntarse cómo surgieron estos lodos.

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No sería del todo descarriado pensar que parte de la grandeza de este género, se debe a cabezas pensantes que pasaron desapercibidas para el gran público, hasta tal extremo, que algunos de los sueños que se originan, tienen nombres y apellidos. No sería tampoco descabellado imaginar, que si una de aquellas miradas preguntonas, pensativas e ilusorias, no hubiera nacido en Loja, la historia no tendría que hacer tantos esfuerzos por grabar en oro sus iniciales.

Su nombre tal vez, José Val del Omar, esté alejado del gran público, pero sus aportaciones son tan genuinas, que cuando uno repasa Fuego en Castilla (1960), no sabe a ciencia cierta, si esos planos y esos juegos de claro-oscuros, no los vimos hace poco en Twin Peaks (2017).

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Val del Omar nace en 1902, y se enmarca dentro de la generación denominada como la Edad de Plata, en la que convivió con coetáneos de tal renombre como su camarada Federico García Lorca, Pablo Picasso o María Zambrano. Puso las bases de nuevos horizontes creativos y estéticos, orquestados dentro de las siglas PLAT “Picto-Lumínica-Audio-Táctil”, a los que habría que añadir la enunciación terminológica de otras características tan genuinas como: el desbordamiento apanorámico de la imagen, en donde se sobrepasan los límites de la pantalla; el ejercicio conceptual de visión táctil; el sonido diafónico. Pinceladas con las que este baluarte proscrito fue maquilando de forma sutil e irreverente, un estilo que obtendrá con su espectro, las primeras piedras del denominado Cine de Arte y Ensayo.

Muchos se preguntan qué habría sido de él, en el supuesto de que su vida, se hubiera desarrollado en París o Nueva York, o si en lugar de retratar pasos de semana santa o espectáculos flamencos, hubiera decidido ir un paso más allá que el de enfrascar el gen popular de una época, a través del impase de los instantes que no se perciben a simple vista, gracias a esos ejercicios de planos y contraplanos, recreados a través de la aliteración de frames y sonidos. Quizás muchos no se perturbarían con estupefacción, por la extravagancia de un arte que aún hoy sigue siendo demasiado moderno.

Ignacio Jesús Serrano Contreras

Revista CEMCI

La Revista CEMCI es una publicación trimestral del Centro de Estudios Municipales y de Cooperación Internacional, Agencia Pública Administrativa Local de la Diputación de Granada.

Revista CEMCI - Número 35

ISSN 1989-2470

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